Tic-tac, tic-tac, tic-tac… Así late el corazón de toda persona. El de Carmen Fernández lo hace de una manera especial. A sus más de 90 años no parece haber perdido la fuerza y la entereza que el paso de los años nos va arrebatando. Para ella todos siguen siendo aquellos niños que una vez iban a su escuela.
Ahora, pasa la mayor parte del día en su hogar, rodeada de pequeños recuerdos, como aquellos zapatitos que le hizo su padre cuando ella tenía tan sólo unos meses. Esos pies diminutos han crecido dejando una gran huella, una marca que muchos recuerdan con cariño y ternura.
Se siente querida cuando la gente se para a hablar con ella y le recuerdan las cosas de cuando eran niños. En su mente no se han olvidado ninguno de esos momentos. A menudo le gusta recordar aquellos humildes días en la escuela. Sin embargo, a veces siente nostalgia por no poder realizar todas aquellas cosas que hacía en el pasado, pero que por la edad no le es posible desempeñar. Pero, en ningún caso descuida sus oraciones. Es la forma que tiene esta mujer de acompañar y estar cerca de sus seres queridos. Pide a Dios por los enfermos, por los jóvenes, por los desfavorecidos y nunca se olvida de pedirle por sus vecinos y conocidos. Le pide por todos los vecinos de su pueblo.
Nadie concibe a Carmen como una mujer triste. Todos la recuerdan como una mujer alegre y vivaz, además de su incansable inquietud por el trabajo. Si en algo es especialista esta mujer bayolera es en dejar las penas atrás. Por ello, a nadie es de extrañar que fuera ella la encargada de despojar a la Virgen Dolorosa su manto negro y dejar al descubierto el blanco, aunque los años ya no se lo permiten. Carmen visita cada
Semana Santa a su Virgen y se emociona al ver cómo luce los trajes que le preparó ella misma hace algunos años. Entre lágrimas le pide que le conceda poder verla un año más. Ambos rostros se ven cubiertos de llanto, sin embargo las lágrimas que caen de los ojos de Carmen son de felicidad, de emoción, de agradecimiento.
Cada día desde su ventana ve pasar a niños y no tan niños por delante de su puerta. Unos ríen otros no tanto. Pero toda la persona que pasa por delante de su casa oye los latidos de ese corazón que un día les enseñó a crecer juntos. Les enseñó la más mágica lección que toda persona puede aprender, les enseñó a amar.
Hoy el Corazón de la señorita Carmen sigue siendo esa campana que llama a la escuela, y sus niños, un poco más creciditos, acuden a ella.