La bicicleta del auxiliar
Cuando no se puede ver con los ojos se aprende a mirar con la mente; la cabeza se recrea y la inteligencia es el bastón más seguro para apoyarse cada día y seguir adelante. A sus 85 años de edad, Antonio Tofiño Perdones, afincado en Bayuela, pero natural de Cebolla, conoce muy bien el obstáculo que supone la pérdida completa de la visión, por culpa de una miopía degenerativa que le arrebató el sentido de la vista hace ya 5 años. Los sueños e ilusiones se hunden y la pena invade buena parte de la razón de existir cuando los ojos se cierran al color de las cosas. El sentimiento de inutilidad aflora en un jardín oscuro en el que el sol ha dejado de brillar. Este no es el caso de nuestro personaje, que ha sabido encontrar la luz de las cosas en algo que no se puede apreciar a simple vista y ha aprendido a abrir por completo los ojos del alma. Los recuerdos para ese auxiliar que llegó a Bayuela allá por los años cuarenta del siglo pasado permanecen intactos en su cabeza. La bicicleta con la que Antonio llegó a trabajar a la localidad, de la mano del entonces secretario Domingo García Murga, supo estacionar en el municipio y encontrar el ambiente perfecto. Su pelo blanco, casi del color de la nieve, es una seña de identidad de su edad. Sin embargo, los que le conocieron en su juventud le recuerdan como un joven apuesto, ordenado, y de buena presencia. Ahora que ya han pasado casi 70 años, desde que aquel joven auxiliar se encontrara con un Bayuela muy diferente a lo que es hoy, las cosas son muy distintas. Antonio llegó en una situación de posguerra en la que el municipio no tenía agua en los hogares durante todo el día, las calles eran plenos barrizales y las casas no disponían de las medidas de higiene indispensables. Algo distinto a las comodidades que había en la localidad de la que provenía. No obstante, la villa de Castillo de Bayuela le cautivó. Tofiño, como le conocen muchos en su pueblo, se sintió amarrado por la forma de vida y la organización de la localidad. Tanto es así que nunca se ha marchado y, actualmente, envejece en una tierra que le ha arropado con paños de seda. En el camino de toda su vida confiesa que siempre le ha acompañado su fe en Dios. Él mismo reconoce que sus padres le enseñaron a ir a la iglesia y a respetar a la gente, valores que permanecen inherentes a su persona. Un solo nombre produce la emoción en nuestro retratado: Carmen, que junto a sus seis hijos representa lo más importante en la vida de este anciano octogenario. Con sus manos unidas y sus miradas fundidas en un mismo son sobran las palabras para expresar el amor que aún sigue intacto en sus corazones, tras pasar toda una vida unidos. Juntos rezan, pasean, conviven… Carmen representa el bastón y el principal apoyo que Antonio Tofiño necesita. El que fuera auxiliar escucha atento los textos que su mujer le narra y su imaginación se dispara al recrear todo lo que escucha con la mente. Junto a su mujer, es capaz de soñar y recorrer con la mente dando pedales con su antigua bicicleta por los recuerdos, las ilusiones y los deseos. Una última parada para la bicicleta del auxiliar y un pequeño deseo: volver a ver el Rostro de Carmen unos segundos.
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