Su nombre denota a lo
sobrenatural, pero su corazón abre la senda hacia lo humano. El trabajo ha
marcado una vida de esfuerzo y sacrificio que tendría que verse recompensado
con la gratificación y el descanso. Sin embargo, esta última no se encuentra
registrada entre las acepciones de su diccionario.
Cuando acaba de superar
los 80 años de edad, su jornada laboral dura lo que le dan de sí las horas del
día. Sus manos vierten cada mañana la harina que moldea el sabor dulce del día
a día.
Entre masa y masa los
recuerdos pasan por su mente y esta “Marciana” con los pies en la tierra
recuerda cuando montaba de un solo salto en las caballerías y disfrutaba del
campo y sus quehaceres. También aprendió, por aquel entonces, a coger la aguja
y el dedal y a hilarse de tal manera que jamás se desprendió de ellos.
Se decanta por el
pescado antes que la carne. Y en una sopa de letras y números, prefiere operar
y quedarse con lo segundo. Aunque, la verdad es que el destino no le dio la
oportunidad de sacar el máximo partido a esa cualidad y prefirió que la
levadura hiciera fermentar su vida por otros derroteros.
“¡Sí quiero!”. Una
frase que cambio su devenir para siempre y sobre la que nadie se pudo imponer.
Aunque aún faltaba una década para que el hombre pisara por primera vez la Luna,
Sinesio quiso subirse a esta nave espacial para comenzar junto a ella este
nuevo viaje.
Fácil, desde luego, no
fue. Las cosas del “espacio” no son sencillas y más en una época en que la
tecnología no acompañaba. Sin embargo, su espíritu emprendedor les llevó a
poner en su galaxia de Castillo de Bayuela una panadería. Y en “El Alto de
Santa Ana” un 21 de agosto de 1961 comenzaba a funcionar el nuevo
establecimiento, al que bautizaron como “Panadería Esteban”.
Pero este “hijo” recién
bautizado requería de esfuerzo y dedicación, y nuestra protagonista tenía claro
qué era lo que había que hacer: trabajar y trabajar. Así consiguió, junto a su
marido, colocar los cimientos de futuro que, aunque sin revocar en un
principio, pronto empezaron a tomar forma y a revestir los muros del pasado.
Marciana, ahora,
recuerda cómo ha cambiado la vida con el paso del tiempo. Rodeada de cinco
nietos, y con algunas arrugas más, sabe de la importancia del trabajo y, por ello,
no ha cesado ni un momento de levantarse cada día con la ilusión de atender a
los bayoleros que vienen a comprar el pan, o a probar las rosquillas “tan
ricas” que ella prepara.
En ocasiones, mientras
mira alguna corrida de toros en la televisión, ¡esas que tanto le gustan!, les
dice a sus nietos: “¡Qué habré hecho yo sin abuelas!”. Y lo cierto es que puede
decir que ha conseguido amasar con esfuerzo su vida y la de las personas de su
entorno. Su estrella hoy brilla en la galaxia de Castillo de Bayuela y se abre
paso por el firmamento como un destello que invita a contemplar su esplendor.
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