Sus
labios recitan poesía. Lo hacen, además, en el día del año dedicado a este
género. Hoy comienza la primavera y Saturnino Martín Amigo siente que sus
versos, a sus 93 años, nunca han dejado de florecer.
“Yo
empecé a vivir muy pronto”, dice sentado en su casa, que no está en Troya, sino
en el pequeño pueblo de Garciotum, aunque lo cierto es que una Elena no le
falta en su vida. Pero antes de construir junto a ella su castillo de amor,
nuestro personaje vivió en sus propias carnes el trabajo de una época en las
que las cosas no eran fáciles.
Tenía
tres años y ya acompañaba a su padre al campo agarrado a la espuerta que
llevaban las caballerías. Pronto perdió el miedo. A los ocho años, tal y como
recuerda ahora como anécdota, perdió las cabras que cuidaba, y eso que era su
primer día con ellas. Sin embargo ello le valió para aprender que las cabras de
noche no caminan y que siguiendo su rastro se puede llegar a ellas.
Probablemente ello sea uno de esos tantos consejos de su padre que nunca ha
borrado de su mente.
Y
es que todo el conocimiento no está en la escuela, pues este amigo de sus
amigos jamás la pisó. Pero hubo un hombre, Felipe Nombela, el maestro, que supo
ver la inteligencia que guardaba en su aún pequeña cabeza. “Este hombre fue el
que me dio a mí la vida”, dice con la vista en la pasado.
Saturnino
iba aprendiendo de la vida y a la vez iba forjando unas ideas que le marcarían
para el resto de los años. “Soy Socialista”, así se define. Sin embargo, para
él el socialismo pasa por seguir los ideales de su fundador, Pablo Iglesias, y
desde su libro “Vivencias inolvidables de un socialista toledano” hace una
llamada a los herederos de estas ideas para comportarse así.
Los
susurros del pasado se desplazan por su mente hasta el presente. Recuerda cada
momento vivido como si desde entonces solo hubieran pasado unas horas. “¡La
Guerra civil!”, pronuncia con su voz fuerte y bailarina, que aún conserva. Ese acontecimiento
marcó el resto de su vida.
Y
con ese aire de libertad con el que había soñado durante todo “El Franquismo”
recibió la carta de la democracia. Los sobres empezaron a depositarse en las
urnas con la fuerza de un país renovado. Y ese día, ese sobre que depositó
Saturnino era distinto de todos los que había llevado anteriormente como
trabajador de correos, pues representaba su derecho a decidir. Esos aires de
libertad, impulsados por la nueva Constitución, le llevaron de nuevo a sacar su
poesía y ensalzar en ella aquel artículo 20 de la carta suprema que recoge la
libertad de expresión.
Capotazo
tras capotazo llegó su jubilación. Y, con ella, se sienta cada tarde en el
palco de su casa para ver la corrida que la “caja tonta” le hace llegar. Toros
y poesía nunca faltan. Y si el poeta Federico García Lorca unió parte de su
poesía a los toros, Saturnino ha demostrado que él no es menos. La muerte de
“El Yiyo” partió más de un corazón. A él le dedicó una pieza de esas que sabe
hacer. “Escribo siempre y he escrito de todos los sitios a los que he ido”,
asegura acercando la mirada al frente con sus gafas de pasta.
Sus
obras son cosas del destino, y forjadas con el corazón. La gloria y el
infierno, para él, están en la tierra. Y es en ella donde espera ser cartero y
recoger en cada sobre un pedacito de su vida por medio de su poesía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario