viernes, 20 de diciembre de 2013

Ventura, Hija de María


Trece de  Mayo de 1997. Las campanas de la iglesia resuenan para conmemorar el día de Nuestra Señora la Virgen de Fátima. Desde su lecho, Felipa Mayoral, presidenta de la hermandad “Las hijas de María”, de Castillo de Bayuela, agoniza a consecuencia de la grave enfermedad que padece.
Al ver a la gente pasar para ir a misa, se acerca su prima a ella y le pregunta: ¿Felipa, sabes qué día es hoy? Acto seguido, insiste la misma mujer: “es el día de la Virgen de Fátima”. Felipa llena de emoción responde: “¡Ay Virgen de Fátima, llévame contigo! Como si la petición se hubiera cumplido, Felipa quedó dormida aquella tarde para siempre y con ella la hermandad de Las Hijas de María.
Con su rostro arrugado y reposando su pequeño cuerpo sobre una silla, Ventura Pulido, recuerda la tarde en la que murió su prima. Sigue sorprendida de la forma en que la Virgen se la llevó a su lado. “Cada año, en la celebración de la Virgen de Fátima entonaba su himno y, aunque mucha gente le reprochaba que cantara todas las estrofas, para poderse ir antes a casa, ella permanecía en su sitio y elevaba su música hacia la Virgen”, recuerda esta mujer de 85 años que perdió a su padre cuando tenía tan solo dos.
Ventura acompañó a su prima hasta el cementerio portando la medalla de “Las hijas de María”, hermandad a la que podía entrar toda aquella mujer soltera hasta el momento de su matrimonio. La medalla, que aún guarda en su casa, perteneció a su madre Lucía. Aquella mujer tuvo que sacar adelante sola a Ventura y sus dos hermanos, Pedro y Priscilo.
Aún hoy recuerda aquel 2 de mayo del 37, en plena Guerra Civil española, cuando empezó a formar parte de las Hermanas de María, coincidiendo además con el día de su primera comunión. Desde entonces ha permanecido en la hermandad y se ha aferrado a renunciar a ella: “mientras esté la Ventura habrá hijas de María”, dice fervientemente.
Y es que su fe en la Virgen le ha acompañado toda su vida. En el repaso de su largo caminar que hace sentada junto a su hermano Pedro recuerda a la hermana del entonces párroco del pueblo, Don Francisco. Aquella religiosa llamada Soledad Ortega Lozano acudió junto a su hermano para recuperarse de la enfermedad que padecía y durante el tiempo que estuvo en la localidad supo ganarse el corazón de “la Venturilla”, como muchos la llaman.
Junto a esta buena mujer se reunía un grupo de niñas, conocidas como “reparadoras del sagrario” y que ayudaban en las tareas de la Iglesia. Entre esas niñas estaba ella. Ventura iba guardando cada palabra y cada gesto de Soledad en su corazón. Sin embargo, un buen día llegó la hora de partir y sintió deseos de dejar todo e irse junto a aquella monja buena al convento. No obstante, todo quedó en un deseo y no pudo dejar su casa para irse junto a la hermana del sacerdote del pueblo a Valladolid.
Con el paso del tiempo, llegó la muerte de la religiosa y Ventura lloró y lloró y sus lágrimas fueron testigos de los recuerdos que aquella mujer sembró en su interior.

Hoy los ojos también desprenden lágrimas. Hoy sus manos, su cara y hasta su pelo, muestran los signos de la edad. Sin embargo sigue teniendo claro que ella es “Hija de María” y lo será siempre. No parece importarle que ya la congregación no se reúna, que se haya disuelto y que muchos no se acuerden de ello. La muerte de su prima Felipa se llevó consigo aquella hermandad. Pero en su entierro, Ventura no sólo llevaba la medalla material de “Las Hermanas de María”, de su corazón colgaba una medalla, perenne desde el momento que hizo la Primera Comunión, que decía: “Ventura, por siempre, Hija de María”. 

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