Trece de Mayo de 1997. Las campanas de la iglesia
resuenan para conmemorar el día de Nuestra Señora la Virgen de Fátima. Desde su
lecho, Felipa Mayoral, presidenta de la hermandad “Las hijas de María”, de
Castillo de Bayuela, agoniza a consecuencia de la grave enfermedad que padece.
Al ver a la gente pasar
para ir a misa, se acerca su prima a ella y le pregunta: ¿Felipa, sabes qué día
es hoy? Acto seguido, insiste la misma mujer: “es el día de la Virgen de
Fátima”. Felipa llena de emoción responde: “¡Ay Virgen de Fátima, llévame
contigo! Como si la petición se hubiera cumplido, Felipa quedó dormida aquella
tarde para siempre y con ella la hermandad de Las Hijas de María.
Con su rostro arrugado
y reposando su pequeño cuerpo sobre una silla, Ventura Pulido, recuerda la
tarde en la que murió su prima. Sigue sorprendida de la forma en que la Virgen
se la llevó a su lado. “Cada año, en la celebración de la Virgen de Fátima
entonaba su himno y, aunque mucha gente le reprochaba que cantara todas las
estrofas, para poderse ir antes a casa, ella permanecía en su sitio y elevaba
su música hacia la Virgen”, recuerda esta mujer de 85 años que perdió a su
padre cuando tenía tan solo dos.
Ventura acompañó a su
prima hasta el cementerio portando la medalla de “Las hijas de María”,
hermandad a la que podía entrar toda aquella mujer soltera hasta el momento de
su matrimonio. La medalla, que aún guarda en su casa, perteneció a su madre
Lucía. Aquella mujer tuvo que sacar adelante sola a Ventura y sus dos hermanos,
Pedro y Priscilo.
Aún hoy recuerda aquel
2 de mayo del 37, en plena Guerra Civil española, cuando empezó a formar parte
de las Hermanas de María, coincidiendo además con el día de su primera
comunión. Desde entonces ha permanecido en la hermandad y se ha aferrado a
renunciar a ella: “mientras esté la Ventura habrá hijas de María”, dice
fervientemente.
Y es que su fe en la
Virgen le ha acompañado toda su vida. En el repaso de su largo caminar que hace
sentada junto a su hermano Pedro recuerda a la hermana del entonces párroco del
pueblo, Don Francisco. Aquella religiosa llamada Soledad Ortega Lozano acudió
junto a su hermano para recuperarse de la enfermedad que padecía y durante el
tiempo que estuvo en la localidad supo ganarse el corazón de “la Venturilla”,
como muchos la llaman.
Junto a esta buena
mujer se reunía un grupo de niñas, conocidas como “reparadoras del sagrario” y
que ayudaban en las tareas de la Iglesia. Entre esas niñas estaba ella. Ventura
iba guardando cada palabra y cada gesto de Soledad en su corazón. Sin embargo,
un buen día llegó la hora de partir y sintió deseos de dejar todo e irse junto
a aquella monja buena al convento. No obstante, todo quedó en un deseo y no
pudo dejar su casa para irse junto a la hermana del sacerdote del pueblo a
Valladolid.
Con el paso del tiempo,
llegó la muerte de la religiosa y Ventura lloró y lloró y sus lágrimas fueron
testigos de los recuerdos que aquella mujer sembró en su interior.
Hoy los ojos también
desprenden lágrimas. Hoy sus manos, su cara y hasta su pelo, muestran los
signos de la edad. Sin embargo sigue teniendo claro que ella es “Hija de María”
y lo será siempre. No parece importarle que ya la congregación no se reúna, que
se haya disuelto y que muchos no se acuerden de ello. La muerte de su prima
Felipa se llevó consigo aquella hermandad. Pero en su entierro, Ventura no sólo
llevaba la medalla material de “Las Hermanas de María”, de su corazón colgaba una
medalla, perenne desde el momento que hizo la Primera Comunión, que decía: “Ventura,
por siempre, Hija de María”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario