Como una vela que se apaga. Como un
libro que se cierra y que pone el punto final a su historia. Así, Adolfo
Suarez, el personaje clave de la transición, ha dejado vacío su escaño, aquel
en el que, como primer presidente de la democracia, intentó conquistar el
centro y colocar a un país que venía de los años de “El Franquismo” en los
aires de progreso y libertad.
Hoy,
la calle que lleva su nombre en su localidad natal de Cebreros, Ávila, respira
a tranquilidad. En ella está la casa que le vio nacer, la casa que fue de su
abuela y que hoy, con la puerta cerrada, guarda tras ella los recuerdos del
pasado.
Nadie
por las calles de su pueblo tiene una palabra ofensiva para el fundador de la
UCD. “Con una sonrisa conquistaba a la gente”, dice una vecina de la localidad
a la vez que cuenta que cada vez que se acercaba al pueblo era uno más.
La
familia del expresidente, que ocupó el cargo desde 1976 hasta 1981, es muy
reconocida por los habitantes de este pequeño pueblo de 3.500 habitantes. A
unos pocos metros de la casa donde nació, una vecina recuerda cómo la abuela de
Suarez, conocida como “tia Josefa”, prestaba dinero a la gente. “Era una
familia que funcionaba bien. De hecho, tenían el único teléfono que había
entonces en la zona. Pero destacaban por su solidaridad”, explica a
Infoactualidad desde su casa.
A
unos pocos metros se encuentra el museo dedicado a su figura, inaugurado en
2009. Al dar unos pasos en él se escucha la canción “Libertad sin ira” y pronto
se puede descubrir el ambiente en el que el entonces candidato luchó por ganar
aquellas primeras elecciones presidenciales de la democracia española.
En
el pueblo recuerdan con entusiasmo aquella campaña en la que Adolfo, como
muchos le llaman, no perdió la oportunidad de ir a su localidad natal a pedir
el voto. Para los vecinos, los ideales ya entonces los tenía muy claros. “La
tarea, hoy como ayer, se sigue llamando España. La ilusión, como siempre, es
hacerla digna en su sentido nacional, próspera en lo económico, justa en lo
social y habitable con honor para todos. Vamos a intentarlo juntos”,
pronunciaba Suárez durante su primer mensaje al pueblo español en 1976.
Y
si el pueblo supo tener claro ese mensaje, los españoles también. Aquel 15 de
junio de 1977 las urnas le dieron la victoria. La plaza de Cebreros se unió a
la marea de la UCD en España y celebró la victoria que los votantes habían dado
a su paisano. Así lo recuerdan algunos vecinos de la localidad que participaron
en ella.
“Puedo
prometer, y prometo, intentar elaborar una Constitución en colaboración con
todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de
escaños”. Aquel mensaje con el que había cerrado la campaña se convirtió en su
más ansiado reto, y quizás fuese también una de las causas de su debacle, al
intentar unir polos ideológicamente opuestos. Pero lo cierto es consiguió unir
a los diferentes partidos con representación y dar forma a la que sería la
Constitución de 1978.
Hábil,
generoso e inteligente, se valió de su instinto político para establecer las
bases de una sólida democracia. La valentía le llevó a saber cuál era sitio.
“Deseo para España y para todos y cada uno de ustedes y de sus familias, un
futuro de paz y bienestar. Esta ha sido la única justificación de mi gestión
política y va a seguir siendo la razón fundamental de mi vida”, dijo el 29 de
enero de 1981, consciente de que había llegado el momento de abandonar su
puesto.
Pero
el ¡Quieto todo el mundo! de Tejero se cruzó en su camino y amenazó con
derrumbar los esfuerzos que había realizado este político que aún no había
cumplido los 50 años de edad. Suárez no estaba dispuesto a ello. Y demostró el
atributo vocacional de su profesión al permanecer en su escaño del Congreso de
los Diputados, mientras era asaltado por los golpistas.
El
Rey Don Juan Carlos, en reconocimiento a su labor durante la transición le
otorgó el título de Ducado de Suárez. Su trayectoria política en ese momento
deja el primer plano y, tras dejar la UCD, funda el CDS, donde permanecerá
hasta 1991.
“La
transición fue, sobretodo, a mi juicio, un proceso político y social de
reconocimiento y comprensión del distinto, del diferente, del otro español, que
no piensa como yo,…y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi
complementario”. Con este discurso recogía en 1996 el Premio Príncipe de
Asturias a la Concordia.
Pero
a medida que la transición se iba consolidando, el corazón de Suárez se iba
apagando al ver cumplida su misión. Su última aparición en público, en el año
2003, se produjo con el objetivo de apoyar la candidatura de su hijo, Adolfo
Suárez Illana, a la presidencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La
Mancha por el Partido Popular.
La
enfermedad pronto le hizo olvidar que había sido presidente, que su entrega
había guiado a todo un país unido hacia la democracia. Pero, para entonces, ya
había logrado que fuera un país entero el que no le olvidara.
Desde
el museo que se lleva su nombre en Cebreros se observan los carteles electorales,
las urnas, los símbolos de la democracia. Pero en ese ambiente, se puede
encontrar el sillón del escaño de Suárez vacío. Él ya no está. Se ha marchado.
Pero tras él está su rostro y una frase: “puedo prometer y prometo…”. Suarez
prometió marcar la ruta de un país bajo la unidad y, con su promesa hecha, el
sillón de la transición ha quedado vacío al ver culminada su obra.
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