Podría parecer que Antonio
Dueñas ha saltado al ruedo con la publicación de ‘Retórica y Creación’, un
libro que representa años de investigación en este ámbito. Sin embargo al
entrevistado difícilmente le verán en uno, puesto que los toros no es algo que
vea ni desde la barrera. Con su traje, ‘no de luces’, pone luz a este tomo, con
el que parece haber alumbrado el sendero que, según él, debiera haber
emprendido hace años.
Infoactualidad: Presenta este libro aquí, en la Facultad, en
la que lleva dedicado a la docencia desde el año 1986. Tras tantos años en esta
casa, como profesor y actualmente impartiendo clase en uno de los máster, ¿Qué
supone presentar aquí esta publicación?
Antonio Dueñas: Me alaga que se haga una presentación de este
ámbito porque hay muchos tópicos y malentendidos con la retórica. De lo que
trata el libro precisamente es de clarificar cuál es el origen y los postulados
de la retórica, sus conexiones con la filosofía, con la ética, o con los
sofistas, que tienen muy mala prensa y no debería ser así. En ese sentido, me
alegra que a través de la Biblioteca y la Editorial Fragua se haga esta
presentación y pueda llegar al mayor número de personas y alumnos. No espero
tampoco que sea un best-seller.
I.: Tras muchos años de dedicación a la
investigación del mundo de la retórica se ha consagrado ’Retórica y Creación’,
¿Qué significa para usted, como investigador, la presentación de este ejemplar?
A.D.: El libro supone una investigación personal; a
través de la lingüística y de la pragmática se trata de ir llegando a la
retórica. Personalmente me parece haber encontrado el camino que quizás debiera
de haber entendido hace muchos años. En segundo lugar, me gustaría que todos
los que se acerquen a la lengua, a la crítica literaria, y a todos estos
estudios humanísticos, tuvieran la posibilidad de tener una idea más clara de
la que se debiera discutir, pero en ningún caso la ignorancia absoluta, que ha
sido la tónica en los últimos 200 años sobre la retórica. La retórica no es lo
superfluo, sino que es algo mucho más complejo que se ha ido desarrollando
durante siglos.
I.: Teniendo en cuenta que la retórica serían los
procedimientos y las técnicas de utilización del lenguaje, ¿se podría decir que
para los alumnos de esta Facultad es más importante aún si cabe tener un
conocimiento de esta disciplina?
A.D.: Yo creo que sí, porque la tendencia en los
últimos años ha sido la de que se adquieran competencias y destrezas; pero en
la retórica lo que se hace desde el principio, desde Protágoras, es unir ese
tipo de técnica, de saber manejar la lengua, con un planteamiento mucho más
profundo de la lengua con el pensamiento. En ese sentido, la retórica lo que
indica es que el camino del conocimiento lo empieza la lengua. No nos podemos
limitar a formar alumnos en destrezas y habilidades. La Universidad debe ser
otra cosa. Los griegos dicen que eso es la techné, pero luego está la Episteme.
Cuando se relaciona la lengua con el pensamiento aparece ese camino.
I.: En este libro se hace un recorrido que
comienza en la Grecia clásica, sigue por la Edad Media, y analiza el progreso
en el mundo de la retórica. Pero el progreso no es siempre un avance. Hay una
frase que se le atribuye en la que señala que la evolución no tiene que ser
siempre para delante, y pone el ejemplo del pulpo, “que come y hace sus
necesidades por el mismo agujero”.
A.D.: Es verdad que alguna vez
lo dije hablando de la evolución biológica. Es muy curioso, porque la evolución
del cerebro humano no es racional, no hay una línea evolutiva progresiva, sino
que es una línea muy caótica e imperfecta. Decía la italiana y Premio Nobel de
Medicina Levi-Montalcini, en su libro “Elogio de la Imperfección”, que el cerebro
es como si en la base pones un coche de los años 30, encima uno de los años 60
y luego pones un coche actual. No hay un proyecto a largo plazo, sino que va
hacia delante y hacia detrás. Eso hace que el ser humano tenga esta capacidad
que no tienen otros animales. La cucaracha, por ejemplo, es así desde hace
millones de año y no cambia.
I.: Para que se dé la retórica hay que tener en
cuenta dos factores: la inventio, o creación de contenidos, y la dispositio,
que sería la organización de esos contenidos. ¿Se desarrollan estos factores de
forma acertada en la sociedad?
A.D.: Aunque no se expliquen detalladamente, en el proceso
retórico están presentes en cierto modo. Cuando a un niño en el colegio se le
dice que tiene que hacer una redacción sobre algo, le dices: “piensa y anota
cosas que se te vayan ocurriendo y lo combinas luego de tal forma que se pueda
escribir una cosa coherente”. El proceso retórico es eso. Lo que pasa es que
existe ese prejuicio, que ya enunciaba, desde hace siglos y no se considera en
su justa medida. En la edad media, por un proceso escolástico, se establecieron
estas bases como si hubiese que seguir ese orden, pero no hay que seguir ese
orden. No hay que seguir un orden, ese es el anquilosamiento típico de la edad
media.
I.: ¿El conocimiento de las técnicas de la
retórica ayuda a distinguir, por ejemplo, cuando hay manipulación mediática?
A.D: Claro. Aristóteles ya empezó a darse cuenta de que la
retórica tenía mucha difusión y que había que estudiarla, y admite ciertas
cosas. Después los sofistas, y más tarde Quintiliano y otros, dicen una cosa
muy elemental y es que debe de haber un comienzo, una narración y un final.
Entonces dicen: “¡ojo!”, ¿de qué se va a escribir? Es difícil empezar a decir
algo sabiendo que hay mucha gente en contra. El comienzo trata justamente de
contrarrestar la casi segura opinión contraria de un auditorio. Eso se aprende,
eso es la tecné.
Luego está en cómo cada uno lo elabore.
I.: ¿Qué supone el paso del mito al logos, a la
palabra?
A.D.: La retórica aúna dos corrientes. Una es la época mítica,
hasta Sócrates, que ahí ya había una serie de personajes, de hombres divinos.
Estos brujos tenían una serie de capacidades, una de ellas era la de hablar de
tal forma que se quedaban escuchando atónitos. El prototipo de esto era
Pitágoras. La retórica toma esta parte, que es la parte de la persuasión,
dirigida al aspecto emocional. A ella se añade, más tarde, también la parte
dialéctica, lógica, la del razonamiento.
I.: En el mundo clásico la Aletheia, el camino de
la verdad, era el bien supremo; la doxa, la opinión, lo despreciable. En la
actualidad la opinión pública se ha convertido en la reina de los mares de la
sociedad, ¿Cómo afecta a la retórica que la opinión tenga tanto peso en la actualidad?
A.D.: Este problema se plantea ya con los sofistas, en concreto
con Protágoras y Sócrates. Se pasa de la Aletheia de Platón, la verdad
absoluta, a cuando llega Protágoras, en el siglo V, a decir: “no tengo razones
para negar la existencia de los dioses, pero tampoco para decir que existan”.
Ahí se monta un cirio y le echan a Protágoras de Atenas. Empieza así ese
concepto de Doxa. Eso debe ser analizado con dos conceptos: el de la ética
personal y el de la moral pública. Esto es importantísimo porque todas
las opiniones son libres, pero no todas son respetables, porque chocan con los
principios éticos que defendía Protágoras, como el de ‘bien común’. Se está
imponiendo mucho en los medios el decir “es que es mi opinión”, pero no todas
son respetables, como por ejemplo ir en contra de algo probado científicamente.
I.: ¿Está unida la retórica a la defensa de una
opinión?
A.D.: La retórica está muy unida a la argumentación.
Un discurso en el que se trata de convencer necesita de argumentos. Estos
se discuten, y luego podrás tener la razón o no. Sin embargo, a lo que
asistimos es a aferrarse a lo que uno piensa: “yo tengo esto y no me convence
nadie”.
I.: ¿Debe ser el diálogo el principal cauce de
toda sociedad?
A.D.: Protágoras escribió Antilogías, que no
conocemos, ya que le quemaron los libros por dudar de los dioses. Ahí trata de
introducir su día-logos, es decir, discutir la posición del otro. Si tú me
convences, yo encantado. Si alguien te convence no es una derrota es una
victoria de la razón.